Después entró ella con dos botellas que arden, una con mi nombre y otra con el apellido que nunca le daría.
Las persianas se cerraron por pena de la guerra que se festejaría.
Suspiré profundo y le susurré, el cuero lo descascaro yo.
Labios y lenguas provocaron gemidos y calor ha los cuerpos de cuero.
Llamas llamaron el diablo a salir, a la danza de seda y cordel. Oraciones dos o tres, pero nunca una y el diablo salía.
El vapor infernal de la carne ardiendo y los gritos en voz de locura se tragaron el frío.
Los cuerpos de cuero se derritieron en uno y nunca salieron de ahí...
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