A los que creen que mi interés es apaciguar o sacar alguna ventaja les recuerdo mi trayectoria.
Modesto López mi abuelo paterno, llevado preso en innumerables ocasiones hasta que al fin lo condenaron a cumplir años de cárcel en la prisión Castillo del Príncipe en La Habana.
Mi tío Diego Ruiz, despojado de sus potros y bajado de su moto, en su propia cara se burlaron de las pertenencias de la familia Ruiz y le robaron todo, menos el orgullo y los cojones.
Mi tío Juan Sánchez, quien a plomo limpio se enfrentó con su destino en la Carretera Central cerca de la curva del Boquete un 9 de Abril.
Mi padre, cumpliendo 3 años en la UMAP, pagando deudas ajenas que cobardes le intentaban cobrar.
No respetaron mi inocencia cuando me sacaron de Luis Ramírez López mi escuela.
Me llevaron a mi humilde casa y sellaron la única puerta que había conocido como hogar, con un sello me despojaron como gargajo en neumonía.
Yo solo tenía nueve años y hoy me duele igual que ayer y mañana me dolerá igual.
Lo que nunca me robaran es mi dolor, el cual yo nunca empeñare.
La multitud que se presenció en la casa de nuestros vecinos, los ancianos Piloto, que nos habían dado refugio ante aquella turba que nos abatía a pedradas y huevazos, se quedó.
Yo fui recogido en la oscuridad de la madrugada como ganado en potrero por un camaján del G2 que no se percibió que yo era el fruto del amor de mis padres, que yo era la herencia de mi tatarabuelo Antonio López Gonzales, que yo sería el amanecer de mi sangre.
Este militar me llevó a su casa y se acostó a dormir, mientras yo con mis nueve años, solo en el Lada de este espantapájaros, me moría de miedo.
En la mañana me gritó: “Párate aquí y cuando la guagua pase móntate en ella”.
Tierno y manso, cariño de mi madre y mimado por mi abuela, le obedecí. Allí estuve solo en la parada esperando en la soledad de este pueblo desconocido.
La guagua llegó, me metí en ella y cabizbajo, me senté.
La Habana se hizo y los huevos siguieron. En la entrada del Abreu Fontan estaba la turba de tontos útiles.
Esta cizañada seguía y yo solo, solito en el mundo sin nadie que sacara la cara por mí, tuve que masticar el bagazo que me marcaría.
Contarles del campamento El Mosquito y del miliciano que convencidamente intentó cambiar mi criterio político jurándome que yo estaba errando, que la revolución era la patria.
En ese momento se cementó en mi joven mente que yo estaba en lo correcto y me dió lástima su compromiso.
Mi tregua no es muy distinta a la de mis paisanos.
Yo atesoro mi trayectoria y no la reprocho pero tampoco le permito que envenene mi futuro y el que les tengo como regalo a mis tataranietos.
El destino sabía que yo sería la siembra que germinaría en la finca La Fe....
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