Anoche entre en conciencia, en la conciencia que tendré a los ciento cincuenta años.
La primera emoción que sentí en este encuentro fue un golfo de angustia en mi pecho.
Me vi robusto pero angustiado, todos los míos ya se habían marchado.
Los nacidos en la vida eterna me esperaban desde hacía tiempo y yo seguía trajinando en los entornos que me llaman viejo pero no me dicen adiós.
Desde hacía por lo menos sesenta años aventuraba peligrosidad para propiciar mi descenso, pero sin suerte aquí todavía estaba.
Que sensación más terrible esta de no poder unirme a los míos.
Tal como si fuera un tren en
la estación a punto de marcharse, los míos en el más allá me hacían señal de que me apurara pero yo aquí anclado estaba.
Yo era el último vestigio de esta época familiar.
Que por sino lo sabes, los clanes duran entré doscientos a doscientos veinticinco años. Nuestra memoria colectiva es prueba de eso.
Ya todo perdía sabor la ansiedad de cruzar le robaba la sal al aire.
El tiempo se olvido de mi y me dejo bagando en este purgatorio de penitencia.
Me veía perdido, lo que fue mi pradera en primavera se convirtió en mi prisión.
El que no se muere.