Me persigne antes de comulgar con ella, sabía que al final esas caderas afiladas me desangrarían.
Su corazón le teñía las mejillas, de un rojo que vivía vida, y yo con ansias de sangre.
Le conté del Escorial y mi fallido intento por salvación. Le conté de la soga de soledad que emplee en mi fuga de sus murallas.
Me hinqué bajo su saya y desperté su rosario, mientras ella me castigaba con una mirada de otoño.
Nevó, si nevó en este Madrid sin zeta!. Al final, titiritó mi nombre y lo único entendible que su lengua escupió fue, poeta...
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