Amaneciendo Martes veinte de mayo en el ochenta del siglo pasado, divisé las costas de America, para ser exacto eran las playas de Cayó Hueso.
El navío que me trasladaba del pasado al presente olía a sal y sudor.
Cargado de prisioneros recién liberados de su condena y presos que aunque no vivían enjaulados andaban con la soga larga al cuello, como perro que no sabe que esta cogido.
Habíamos zarpado la noche anterior del Puerto del Mariel, fue ahí donde me reencontré con mi padre y mi abuelo.
Nunca olvidare mi jubilo al ver a mi padre y detrás a mi abuelo, al instante que esto paso nació en mis labios una sonrisa como nunca.
Creo que esta fue una experiencia sobrenatural, yo me vi sonriendo, no se como pero me vi.
En este instante se cristalizó en mi cien que esta misma escena se repetirá el día que yo cruzara al mas aya, los mismos ejemplares me darían la bienvenida.
Mi padre se había echo de un pequeño inventario de chucherías incluyendo una lata de leche condensada, esta siendo un manjar para cualquier muchacho Cubano.
El había echo amistades en el barco que ya se había convertido en su hogar marítimo, me las presento, ellos ya sabían mas de mi que yo de ellos.
La travesía duró alrededor de ocho horas el mar no estaba muy bravo y nuestra Caridad nos protegió.
Casi que se me olvida contarles de la media costilla que apareció en el escenario de mi éxodo.
Después de casi una semana en estos campamentos me encontré un azabache, una López bien parida, mi prima Ana Ibis ella con solo doce años estaba en este relajo sola como yo.
Como uña y carne nos unimos en este juego desabrido. Ella siendo mayor y con su cualidades de aprendiz de dictadora tomo las riendas de nuestra campaña.
Mi prima y yo hicimos amistades en nuestro campamento, varias familias consternadas se preguntaban como era que nosotros tan jóvenes estábamos solos.
Nosotros no sabíamos explicar lo que padecíamos.
Mi prima mayor, mi general, mi guardián, mi agarre a la vida.
Ella que yo admiraba se cabrio con migo, yo regale nuestra litera.
Ancianos con mascotas y sin cobija me plantearon su vicisitud y yo desamparado me honre de brindarles.
Me grito hasta por debajo del agua pero yo y mis credos casó no le hicimos.
El muelle i sus tablas tal como si yo fuera un salvaje siendo expulsado por el capitán a caminar la tabla.